Antes de haber volado por primera vez se tiene una percepción del espacio en el que vivimos que no se corresponde. Una vez que has sobrevolado la troposfera te das cuenta de lo realmente pequeño que se puede llegar a ser.
Al terminar la Segunda Guerra, los soviéticos empezaron a darle vueltas al hecho de volar. Quedaron un poco estigmatizados por el hecho de tener que depender de motores de avión diseñados y fabricados por los Británicos. Decidieron que no querían que las cosas siguieran así, sabían de sobra que si pretendían perseguir el liderazgo soviético tenían que tomar los mandos.
Pueblo de armas tomar, los soviéticos se pusieron manos a la obra con los legendarios ingenieros Mikoyan y Gurevich y con todos los recursos industriales, económicos y de personal necesarios para avanzar la tecnología aeronáutica soviética a nuevos niveles. Niveles que se definieron por las iniciales de estos ingenieros, ya que el prefijo MiG de sus increíbles naves viene de «Mikoyan y Gurevich».
En poco más de 15 años la Unión Soviética pasó de utilizar motores copiados a producir los mejores aviones de combate del mundo, la joya de la corona fue el MiG-25, el avión que simplemente aplastó todos los récords para aviones de combate habidos y por haber.