«Blanco bueno busca negro pobre para ayudar y sentirse bien» El lado oscuro de la solidaridad

Publicado 16 septiembre, 2015 por admin
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Somos como un perro con una pelota: en cuanto nos la lanzan, no existe nada más. Olvidamos rápido, vivimos deprisa y prestamos poca atención a los demás.

¿Alguien habla hoy del ébola? ¿De los dos terribles terremotos en Nepal? ¿De la zona de Fukushima? No, hoy nuestra atención se centra en los refugiados Sirios, quienes por cierto también necesitarán mucha ayuda antes de que también los olvidemos.

El problema se agrava cuando comprobamos que, nos gusta ayudar pero no queremos mover un dedo. No deseamos implicarnos, es mucho más fácil donar unas monedas y listo. Y aquí viene la triste verdad: la solidaridad, nuestra solidaridad, la compramos con dinero. Quizás inconscientemente no busquemos su bienestar, sino el nuestro. Sentirnos bien con nosotros mismos, ser generosos, y comprar nuestro trocito en cielo mediante limosnas.

El mayor ejemplo que hay de este falso modelo de ayuda humanitaria es África, un continente plagado de proyectos abandonados. Un inmenso cementerio lleno de hospitales que nunca terminaron de ser construidos, guarderías en ruinas que nunca han visto un niño, escuelas sin electricidad llenas de ordenadores, y así un sin fin de ejemplos que ponen de manifiesto el lado más oscuro de la ayuda al desarrollo. 

«Blanco bueno busca negro pobre para ayudar y sentirse bien»

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No lo digo yo, lo afirma el antropólogo Gustau Nerin en su libro «Blanco bueno busca negro pobre», en el que se puede leer: 

«En África todo el mundo sabe que las políticas de cooperación no funcionan, como mínimo, que no sirven para lo que se supone que deberían servir. Pero este secreto de dominio público no llega a Occidente, donde la acción humanitaria se presenta como la solución a todos los problemas africanos.» «No hay nadie que critique los proyectos de cooperación. Nadie se atreve a cuestionar una cosa que se ha hecho con «buena voluntad»».

En nuestra opinión, la crítica constructiva es necesaria, pues nos ayuda a mejorar. Partiendo de la base de que no podemos ayudar a todo el mundo y la imposibilidad de estar de forma presencial sobre el terreno, tenemos la responsabilidad de estudiar cómo, a quién y para qué entregamos nuestros fondos, pues el destinatario final es tan importante como el gestor de la ayuda.

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Se han cometido verdaderos despropósitos humanitarios en nombre de la buena voluntad y no podemos seguir permitiéndolos.

Hay grandes profesionales trabajando en África, Nepal, Haití, y tantos otros lugares que no merecen que su buen trabajo y nombre quede manchado por la mala gestión de otros, quienes puede que se hayan llevado nuestra ayuda.

Porque el mundo de las ONGs es un sector terriblemente competitivo, en el que para conseguir donativos se han puesto en marcha campañas de dudosa moralidad.

Las campañas que exhiben a un niño desnutrido, bolsas de cadáveres, pueblos anegados y casas destruidas, han servido como catalizadores para sacudir emocionalmente a los ciudadanos, de tal modo que no les cueste mucho trabajo abrir sus carteras. Hasta que ya, ni eso nos toca la fibra, hemos quedado insensibilizados ante la catástrofe.

Seamos serios, huyamos de los famosos.

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Exceptuando los embajadores de buena voluntad de la ONU y UNICEF, y algunos más, es mejor alejarse de las campañas  e iniciativas abogadas por personajes y actores famosos, sobre todo si son ellos o su fundación los que diseñan y ejecutan el proyecto.

En el cenit de sus carreras, e imbuidos por el espíritu de la solidaridad y el marketing, los famosos desean promover una causa, centrándose normalmente en la guerra, enfermedades, pobreza o en la corrupción de un territorio que aún no tengan padrino.

Hay quienes prestan su imagen para promover el trabajo de las entidades profesionales, limitándose a remarcar el trabajo de otros. Una actitud loable y útil, si han hecho la tarea de investigar la eficiencia de la campaña que avalan.

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Otros simplemente pretenden mejorar su imagen pública con estas acciones, por lo que el fondo, proyecto y entidad, así como sus resultados, no importan.

Los más buenos, o inconscientes -según se mire-, fundan su propia institución de ayuda. Llegados a este punto no puedo evitar recordar ese refrán español que dice «zapatero a tus zapatos».

Como todo en la vida, nada es bueno o malo por sí mismo, sino por los resultados que consigue. Los ciudadanos debemos ser más críticos y saber distinguir entre los famosos implicados, los solidarios irresponsables y los oportunistas.

La ayuda internacional es economía.

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Del mismo modo que no pediríamos opinión a George Clooney, Miguel Bosé o Ryhanna sobre la crisis financiera o el tipo de interés de nuestro préstamo hipotecario, no debemos abanderar sus causas humanitarias per se. Pues resulta que, al igual que las crisis, la ayuda humanitaria es una inversión financiera y los proyectos tienen que estar avalados por un equipo profesional, no por una cara bonita.

Uno de los mayores problemas en África ha sido el «círculo vicioso de ayuda humanitaria», en el que después de invertir más de un trillón de dólares, la población africana continúa sumida en la más absoluta pobreza.

Tras recibir la ayuda internacional, la deuda aumenta y los gobiernos son incapaces de devolverla. La solución es pedir un nuevo préstamo para pagar el anterior.

Tanto los préstamos como el dinero de las ayudas solidarias, contribuyen a crear inflación. Si en una economía pobre se introduce repentinamente una gran cantidad de dinero pero no se producen más bienes, habrá pocos bienes para tanto dinero, por lo que los precios aumentarán.

La inflación provocará una perversa reacción en cadena, aumentando los tipos de interés. Estos perjudicarán la inversión. Menos inversión equivale a menos empleo, el resultado es mayor pobreza, y más pobreza implica más ayuda

El economista keniata James Shikwati declara: 

«Si las naciones occidentales realmente quieren ayudar a los africanos, deberían terminar con esas horribles ayudas. Los países que más ayudas han recibido son también los que están en una situación más lamentable.»

Grandes despropósitos.

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Tanto la cuenta de instagram white people saving africa, como humanitarias of tinder se dedican a denunciar la actitud superficial que muchos «buenos samaritanos» tienen.

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Quienes aparecen en las fotografías más preocupados por su propia imagen y la que proyectan en las redes sociales, que por la labor humanitaria que deben desempeñar.

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Algunos de ellos, incluso utilizan estas imágenes para ligar en aplicaciones como Tinder.

Claro que no sólo las personas han cometido este tipo de actos absurdos. Algunas entidades también se han prestado a hacer campaña con ideas tan descabelladas como una línea de ropa y moda para voluntarios y cooperantes internacionales.

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El pez y la caña de pescar.

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>Sabemos la teoría, pero no la llevamos a la práctica. Afortunadamente hay entidades que promueven el desarrollo local y la economía de la zona.

Algunas de ellas, incluso trabajan sobre el terreno con personal humanitario del mismo país de origen, pues esta es al mejor manera de asegurar que el proyecto sea realista y pueda llevarse a cabo.

Lo que está claro es que la solidaridad no debe de limitarse a abrir la cartera a lo loco y ya está. La diferencia entre dar limosna y ayudar a alguien es meditar e interesarse por lo que ocurre después de nuestro gesto.

Fuente: Este artículo esta inspirado en un post de Noemí, educadora social y antropóloga social y cultural. Cuyo blog podéis visitar en unaantropologaenlaluna.com
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