Descubrió a su hija de 17 años durmiendo con un chico, lo que hizo cambió sus vidas para siempre

Publicado 8 febrero, 2016 por admin
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Hace unos días, el usuario de reddit Kangar, un padre de origen ruso, compartía la siguiente historia cuando descubrió a su hija de 17 años con un chico en el sofá. Sintió cómo la cólera le invadía por dentro. Sin embargo, haciendo gala de la frialdad propia de un estratega, decidió dominar la situación.

¿Qué podía hacer? Oponerse y conseguir que su hija se enamorara aún más no era una opción. Mejor sería marcar distancias y mostrarse inquietantemente hostil, como si de un momento a otro, si volvía a cruzar la línea, pudiera quebrarle el alma.

Y funcionó. El joven se comportó bien con su hija, la trató con respeto, pero ocultaba un gran secreto. Meses después, cuando el padre se enteró de la verdad, tomó una decisión que cambió sus vidas para siempre.

Amor adolescente

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«Una mañana, bajé las escaleras de casa y me encontré a mi hija de 17 años durmiendo en el sofá con un chico desnudo. Sin duda, habían pasado una noche animada.

En silencio, preparé el desayuno mientras mascaba mi rabia y pensaba en cuál sería la mejor manera de proceder. Cuando terminé el desayuno, subí a despertar a mi mujer, mi hijo y mi hija (más joven), y los senté en la mesa del salón. Nuestra mesa de comedor está situada a unos 6 metros del sofá pero justo enfrente de él.

Cuando todos estuvimos sentados en la mesa, le grite: «¡Joven, el desayuno está listo!». Creo que nunca he visto a un hombre saltar tan alto.

Con un tono de voz que pretendía demostrar que deseaba arrancarle el alma, puse mi mano sobre la silla de mi lado y le dije: «¡Siéntate!». Mi familia permaneció en silencio sin mover ni un músculo.

Deben de haber sido los 6 metros más duros que un joven desnudo ha recorrido nunca, mientras trataba de ocultar, debo reconocer, su bastante impresionante herramienta. Una herramienta que, recién levantado, mi mujer, mi hija y hasta mi hijo no pudieron ignorar.

Tras ponerse a prisa la ropa, se sentó a mi lado. Mi hijo, de metro ochenta, le dio una palmadita, lo miró a los ojos, suspiró y sacudió la cabeza, lo que le puso realmente nervioso. Casi podía oler su miedo cuando comencé a hablar marcando más a posta mi acento ruso:

‘Amigo mío, voy a hacerte una pregunta y te advierto que la respuesta es muy importante para ti…’ – dije mientras unas gotas de sudor aparecían en su frente – ‘¿Te gustan los gatos?’

Obviamente, era una pregunta trampa que pretendía medir el temple del chico y en su cara pude ver, mientras pensaba la respuesta, que era simpático, agradable, sin educación, pero sin un pelo de tonto. Eso sí, había algo extraño en él que no me gustó, parecía que ocultaba algo.

Mi hija me aseguró que era un chico muy agradable y atento, que la trataba muy bien. Que siempre había ido a casa por las mañanas pero nunca por las noches. También me dijo que no tenía familia, educación, ni trabajo estable. Ella lo adoraba, pero quién era yo para impedir que aprendiera de sus propios errores.

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Desde aquel momento, el joven vino todas las mañanas para acompañarla en bici hasta la escuela. Cuando terminaba, la recogía y volvía hasta casa. Se aseguró de que siempre hiciera los deberes. Y cuando enfermó y nosotros trabajamos, cuidó de ella. Demostró tener la paciencia de un ángel cuando mi hija tenía sus terribles cambios de humor.

Después de ocho meses, mi hijo vino a hablar conmigo. Había estado preguntado por el chico y se había enterado de que en realidad era un ‘sin techo’. Su padre, maltratador, se había suicidado y su madre, una prostituta adicta al crack, hizo lo propio tres semanas después. Por entonces, él tenía 15 años y vivían en un remolque alquilado.

Después de eso, vivió en la calle durmiendo en parques, en el albergue del ejercito de salvación, en hoteles sucios y baratos y en casa de algún ‘amigo’. Había conseguido hacer algún trabajo en la construcción y extras de mierda y mal pagados. Cuando conoció a mi hija en el centro de equitación, él paleaba la mierda de los caballos. Pero ya sabes, 17 años y un cóctel de hormonas…

En el club de equitación hay chicos de 18 y 19 años, de sonrisa bonita, educación perfecta y buenos modales. Pero, ¿a quién le importa? A mi hija le cautiva un chico que no pudo disfrutar de su infancia por culpa de un padre maltratador y maníaco depresivo suicida y su madre adicta. Un tipo que ha sido alimentado por vecinos y desconocidos, cuando no estaba pasando hambre.

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En aquel momento tuve que reconocer la evidencia, se había ganado un hueco entre nosotros. Cuando no venía por casa porque había encontrado algún trabajito, le echábamos de menos. No eran amigos, pero mi hijo se lleva genial con él. Mi hija menor era una incondicional y mi mujer parecía haber ampliado su instinto maternal con él. ¿Y yo? Con todos mis reparos, tuve que admitir que me preocupaba por él. Quería que fuera feliz.

Le conté su historia a mi mujer y mi hija, y lloraron. Me decepcionó un poco mi hija mayor, porque a pesar de saberlo no quiso decirnos nada. ¿Ella lo amaba y aún así dejaba que se fuera a dormir a la calle cada día?

Al día siguiente, le di una llave de nuestra casa y le dije que le esperaba en casa todas las noches. En las semanas siguientes, despejamos al habitación de invitados y le ofrecí comprar unos muebles de su gusto. No quiso. Dijo que prefería ganarse las cosas y que podría construirlas él mismo. Le gustaba construir cosas y le conseguimos una educación que se lo permitiera.

Era el año 2000. Ahora, 15 años más tarde, mi hija y él, al que ya considero como si fuera mi hijo, tienen un próspero negocio juntos. Me han dado 3 hermosos nietos, dos de ellos gemelos».

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Fuente: reedit.com Traducción y adaptación Lavozdelmuro.net

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