El hombre obsesionado por el oro que acabó atravesando una montaña

Publicado 25 febrero, 2015 por Alberto Díaz - Pinto
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Un joven buscador de oro se propuso un cometido. Al principio, este hombre no sabía que aquella tarea consumiría la mayor parte de su vida, ni que su determinación crearía un impresionante legado para las generaciones posteriores.

En 1890, William Schmidt, de 19 años de edad, abandonó Rodhe Island para dirigirse al Oeste de los EE.UU. Tenía 6 hermanos, de entre 11 y 29 años de edad, los cuales murieron de tuberculosis o consumidos por la enfermedad. Los médicos de la familia les dijeron que sería conveniente que se mudase a un lugar de clima seco. Este fue el trágico motivo por el que decidió trasladarse a California.

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Schmidt llegó al desierto Mojave, California, donde trabajó en minas de hierro. Después de vivir un tiempo en el desierto, sus pulmones comenzaron a despejarse y la amenaza de tuberculosis se vio considerablemente reducida. Sin embargo, en algún momento de su viaje el joven contraería una nueva enfermedad, que le acompañaría durante el resto de su vida: la fiebre del oro. Por eso, Schmidt apostó por un lugar ubicado a una altura de 1.200 metros, en las polvorientas montañas del El Paso. Se trataba de un árido paisaje lleno de cactus, lagartijas y serpientes.

Schmidt adoptó a un par de burros, a los que bautizó con el nombre de Jack y Jenny. Tiempo después, él mismo asumiría el apodo de «Burro», en honor a sus dos fieles compañeros. Valiéndose solo de unas cuantas herramientas rústicas, llevó la vida de un minero de roca dura. Trabajaba largas jornadas en solitario buscando oro, en un desfiladero de montaña llamado Last Chance Canyon o el cañón de la última oportunidad. La vida en este emplazamiento era extremadamente dura.

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El pueblo más cercano se encontraba a 32 kilómetros, por lo que si Schmidt hallaba una cantidad importante de oro, la distancia a la que se encontraba de cualquier lugar civilizado podría resultar un problema. Necesitaba un atajo para llevar el oro a los compradores en Mojave. Así se le ocurrió la idea de cavar un túnel, un túnel que él mismo abriría en el centro de la montaña Copper, para poder cruzar al otro lado. Dos años después de haberse establecido allí, comenzó a cavar.

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Cada mañana, Burro se levantaba al alba, con temperaturas que variaban de 49ºC, en verano, a -1ºC, en invierno. Siempre comenzaba su dura jornada con un único propósito en mente: progresar. Esta rutina diaria se prolongaría durante los próximos 38 años. Mientras tanto, se terminó la construcción del Canal de Panamá y tuvieron lugar grandes acontecimientos como la I Guerra Mundial, pero Burro solo tenía un único propósito en la vida: terminar su túnel, cuya altura era de 1,80 metros y el ancho variaba entre 4,30 metros y 6 metros. No tiene vigas de madera ya que la roca natural era lo suficientemente firme como para sostener los techos y paredes.

Para poder llevar a cabo su proyecto tendría que utilizar explosivos, pues resultan necesarios en los trabajos de minería en roca dura. Para ello, utilizaría un taladro de mano con el que abrir un agujero en el que, más tarde, introduciría pólvora y una mecha encendida. Muchas veces salió mal parado, incluso llegó a comentar con otros mineros: «esta vez casi me alcanza».

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Para mediados de los años 30, había un ferrocarril que circulaba por mitad del valle. Era la forma más rápida y eficiente de llevar el oro a los posibles compradores. Así, el túnel de nuestro protagonista se convirtió en algo completamente innecesario pero, después de haber estado 20 años cavando, Burro no estaba dispuesto a rendirse.

Existen muchas teorías que podrían explicar por qué siguió cavando. Algunos son de la opinión de que estaba obsesionado con la idea de atravesar la montaña. Otros creen que pensaba que mientras mas duro trabajase, mas tiempo viviría. Lo cierto es que Burro permaneció en la oscuridad durante el Crack del 29′, así como durante la Gran Depresión.

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Tras 26 años cavando, había conseguido avanzar 500 m hacia el interior de la montaña. Le quedaban todavía unos 300 m para llegar al otro lado, por lo que, si quería terminarlo, tendría que seguir cavando durante 20 años. En 1938, mientras estallaba la II Guerra Mundial en Europa, Burro Schmidt asomó finalmente la cabeza y vio la luz del día por el otro extremo del la montaña Cooper. Tenía 68 años de edad.

Desde la entrada hasta la salida, su túnel medía 1,3 kilómetros. En los 38 años que le tomó terminar su obra, Burro había sacado unas 5.800 toneladas de rocas en carretilla él solo. Esto equivaldría a unos 450 Kg diarios durante 38 años. En cuanto al oro, solo con siguió extraer 20 toneladas, para luego malvenderlas a 60 dólares cada una.

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Burro Schmidt cumplió 70.000 horas de trabajos forzosos para ganar un total de 1.200 dólares de la época. Tres días antes de cumplir los 83 años, Schmidt fallecía. El único comentario que hizo sobre su logro en solitario fue: “Nunca gané ni un centavo por esa cosa”. Lo que no sabía es que su pasadizo a través de la montaña Copper, le colocaría directamente en las páginas de la historia.

Aquí podéis ver cómo es el interior del túnel de Burro Schmidt:

Fuente: kurioso, bickelcamp, desertusa

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