La viruela fue una enfermedad infecciosa grave, altamente contagiosa y con una gran probabilidad de de muerte, causada por el variola virus. El último caso de contagio natural se diagnosticó en octubre de 1977 y en 1979 la Organización Mundial de la Salud (OMS) declaró erradicada a la enfermedad a nivel mundial.
Tras una enorme campaña de vacunación y muchos años rondando en la vida cotidiana de los seres humanos, la viruela se extinguió de la faz de la Tierra; hoy más que nunca se busca repetir la hazaña y repetir ese éxito con el COVID-19.
Hace poco más de dos años, la OMS tuvo que declarar una pandemia, los brotes de casos que empezaron en una ciudad de China comenzaron a esparcirse rápidamente y era evidente que no sería tarea fácil poder contenerla.
Históricamente las enfermedades bacterianas y víricas han logrado contenerse de acuerdo a las capacidades de cada época en donde han aparecido, sin embargo, en otros casos puede ser imposible erradicarlas por completo.
La viruela es uno de los casos más importantes en en el campo de la salud, tuvieron que pasar muchísimos años para que no se diera un caso nuevamente y todo gracias a las vacunas.
Durante el siglo XX se calcula que la tasa de mortalidad era del 30% y causó la muerte de aproximadamente 500 millones de personas.
Los primeros casos de la enfermedad data de hace al menos 12 mil años, sin embargo, los brotes que causaron epidemias estuvieron presentes en el Antiguo Egipto, Tenochtitlán y gran parte de Europa del siglo XVIII.
En 1967 comenzó el camino a la erradicación, la OMS decidió emprender una campaña de vacunación y vigilancia global e intensiva. Doce años después y tras un esfuerzo titánico por los líderes de cada país, la viruela se consideró oficialmente erradicada en todo el mundo.
El triunfo contra la viruela es un hito histórico, pero no se debe de olvidar que las condiciones del virus facilitaron lograr una cura.
A diferencia de otras enfermedades con perfiles contagiosos como el VIH, la viruela no era una enfermedad crónica y no se mantenía activa dentro del cuerpo de una persona, al contrario y como funciona el SARS-CoV-2, tiene un periodo de contagio de solo unos días.
Una de las mayores ventajas es que no existieron casos asintomáticos, al contario, los presentaban casi de inmediato y eran visibles. La piel de los pacientes se llenaba de pequeñas ampollas que resultaban ser bastante incómodas, además de fiebre, dolor de cabeza y vómitos.
Según Rachael Piltch-Loeb, experta en salud pública de Harvard y en entrevista para National Geographic opinó: “No hay una definición de lo que significa el final de una pandemia”.
La peste, otro ejemplo claro de los peligros que acechan a la humanidad, cobró la vida de más de 200 millones de personas en Europa durante el siglo XIV; la influenza AH1N1 estuvo presente en dos etapas, en 1918 y 2009, sin embargo, lo que todas tienen en común es que hasta la fecha ninguna ha sido erradicada, aunque los niveles de contagio ya son moderados.
Aunque se pensaba que con la presencia de una vacuna, el COVID-19 podría ser contenido, las esperanzas se fueron perdiendo conforme surgían nuevas variantes del virus, que aunque no la convertía en una enfermedad letal, era difícil descifrar los escenarios para desaparecerla.
«Si consideramos que el virus seguirá mutando y continuará entre nosotros, debemos prever cómo adaptar progresivamente nuestra estrategia de vacunación ante la transmisión endémica, y adquirir conocimientos muy valiosos sobre el impacto de las dosis adicionales», explicó el Director de la OMS a mediados de septiembre del 2021.
La única conclusión a la que se puede llegar con tal escenario es seguir las medidas de sanidad y salud pública de cada país y hacernos a la idea de que el COVID-19 será muy parecido a la influenza, va a permanecer entre nuestra especie pero cada vez será menos letal.