Cuando un ejército de barcos navegó sobre las montañas para conquistar una ciudad

Publicado 17 marzo, 2015 por Alberto Díaz - Pinto
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La caída de Constantinopla fue un acontecimiento histórico que sobrecogió al mundo occidental, y que marcó el fin de la Edad Media en Europa y de los últimos vestigios que aún quedaban del antiguo Impero romano. Casi mil años habían pasado desde que cayera el Imperio romano de Occidente a manos de los germanos, liderados por Odoacro, pero el destino también quiso que la parte oriental del Imperio sucumbiera ante los turcos otomanos, liderados por el recién coronado sultán Mohamed II.

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El contexto histórico de aquellos años estaba marcado por una Constantinopla en profunda decadencia, lejos de los años de esplendor del s. V, cuando la ciudad contaba con 500.000 habitantes. Sin embargo, ahora no pasaba de los 50.000, por lo que solo se lograron reunir entre 5.000 y 7.000 soldados para su defensa. El emperador bizantino, Constantino XI, pidió ayuda a sus hermanos europeos, pero solo recibió unas cuantas galeras con unos pocos cientos de efectivos, que harían frente al ejército de 100.000 hombres reunidos por Mohamed. Sin embargo, y aunque pueda parecer sorprendente, Constantinopla guardaba un as bajo la manga: tres fuertes anillos amurallados enmarcados por fosos de hasta 70 m de profundidad.

Comienza la batalla

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El ataque comenzó el 7 de abril de 1453 por la zona amurallada del Río Lico. Aunque la muralla no estaba preparada para soportar los ataques de la artillería, los bizantinos aprovechaban los ratos de tregua al anochecer para reconstruir la muralla dañada con barriles de arena, piedras de la propia muralla y empalizadas de madera. Los otomanos evitaron el ataque por la costa, puesto que esta zona estaba atestada de cañones y artilleros. También intentaron tomar la ciudad por el Cuerno de Oro, entrada al estrecho del Bósforo que divide Constantinopla en dos, pero fueron refrenados por la armada bizantina.

El 22 de abril, el Mohamed II asestó un golpe estratégico a las defensas bizantinas con la ayuda de su general Zaganos Pasha. Imposibilitados para atravesar la gran cadena que cerraba el Cuerno de Oro, el sultán ordenó la construcción de un camino de rodadura al norte de Pera, por donde sus navíos podrían ser empujados por tierra, evitando así la barrera. Con los navíos posicionados en un nuevo frente, los bizantinos no tendrían recursos para reparar después sus murallas. Bombardeados diariamente a través de dos frentes, las defensas de Constantinopla pronto comenzaron a flaquear.

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Durante la madrugada del 29 de mayo de 1453, Mohamed ordenó un ataque a las murallas que fue repelido varias veces. Entonces llegó el turno del gran cañón, que haría una brecha de gran envergadura en la muralla.

Concentrados en los ataques principales, los bizantinos cometieron la imprudencia de dejar la puerta de la muralla noroeste -la Kerkaporta- semiabierta. Un destacamento otomano aprovechó el descuido para invadir el espacio entre las murallas externa e interna, muriendo muchos de ellos al caer al foso. Durante este asedio, el comandante genovés Giovanni Giustiniani Longo fue herido de gravedad y evacuado a uno de los barcos. Constantino intento convencerle para que no abandonara el frente, ya que los soldados a su cargo se desmoralizarían. Sin embargo, por la gravedad de sus heridas, Giustiniani decidió ser atendido. Muchos de sus soldados abandonaron el frente desmoralizados y otros siguieron luchando completamente desorganizados, justo en el momento en que el ejército otomano atacaba con más fuerza.

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Mohamed II entró en la ciudad por la tarde y ordenó que la iglesia Santa Sofía fuera declarada mezquita. Constantino fue ejecutado. Su cabeza fue reclamada por los turcos y su cuerpo enterrado en Constantinopla bajo todos los honores.
La ciudad pasó a llamarse Islambul (la actual Estambul), que formaría parte de un imperio que llegaría hasta las puertas de Venecia: el Imperio Otomano.

Con este acontecimiento se puso fin a la oscuridad de la Edad Media en Europa, que daría paso al Renacimiento y a una época marcada por grandes avances y nuevas vías de descubrimientos.

Fuente: Zweig, Stefan. Momentos estelares de la humanidad. Ed. Acantilado, Barcelona (2002)

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