La historia de Douglas «Wrong Way» Corrigan: el primer piloto que atravesó el Atlántico… por «error»

Publicado 4 marzo, 2020 por Javier Escribano
piloto-atlantico
PUBLICIDAD

La historia de la aviación está llena de pioneros. Revolucionarios ingenieros que construyen las máquinas capaces de hacernos cumplir el sueño de volar, y aguerridos pilotos que se aventuraron, en muchos casos arriesgándolo todo, para demostrar que era posible.

En 1938, Douglas Corrigan pasó a la historia como uno de ellos. Aunque el hito de sobrevolar el Atlántico norte ya se había logrado casi 20 años antes, él fue el primero que lo cruzó… por error. Su intención era ir de Nueva York a California, pero se equivocó de dirección y acabó en Irlanda. Hasta donde sabemos, es también el único. Esta es su increíble historia.

Una pasión de altos vuelos

De ascendencia irlandesa, nació en Texas en 1907 como Clyde Groce Corrigan, aunque de adulto se cambió el nombre a Douglas. Cuando sus padres se separaron, creció con su madre en Los Angeles. No llegó a terminar el instituto. “No tenía metas en la vida, por eso nunca conseguía nada”, llegó a decir años después. Hasta que un buen día de 1925 su pasión pasó, literalmente, cruzando el cielo.

Se trataba de Jenny. Así se conoce cariñosamente al biplaza Curtiss JN-4, uno de los aviones más populares de su tiempo, utilizado por como avión de entrenamiento para los pilotos de la Primera Guerra Mundial y como avión de exhibición en el periodo de entreguerras. Aquél día, por dos dólares y medio, Corrigan montó por primera vez en avión, una experiencia que le marcaría para siempre. Menos de seis meses después, con solo 19 años, Corrigan obtuvo su licencia de vuelo.

 

El joven Corrigan entró a trabajar como mecánico en un taller de reparaciones. Pronto el destino volvió a llamar a su puerta: se trataba de Charles Lindbergh, un piloto que acudía a Ryan Aircraft, el taller de Corrigan, buscando perfeccionar un avión que pudiera volar durante muchas horas y resistir condiciones climáticas extremas. En 1927, Lindbergh pasaría a la historia como otro de esos pioneros.

Aunque Lindbergh no fue el primero en cruzar por aire el Atlántico norte (lo lograron antes los pilotos británicos John Alcock y Arthur Brown, en 1919),  sí fue el primero en hacerlo solo, en un viaje de 33 horas y media entre Nueva York y París. Lo hizo en el «Espíritu de San Luis», un avión cuyas alas y tanques de combustibles habían sido instalados por Corrigan. Su firma puede verse en el avión, expuesto en el Museo del Aire y del Espacio de Washington, DC (junto con una esvástica. Sí, Lindbergh apoyó públicamente al entonces emergente partido de Hitler).

 

Inspirado por el éxito de Lindbergh, que se convirtió en un héroe nacional, Corrigan se propuso repetir la hazaña, y volar a Dublín en homenaje a sus orígenes. Pero no era fácil. Sin los cuantiosos inversores con los que contó Lindbergh, que le permitieron pagar los 10.580 dólares que costó el Espíritu, los ahorros de Corrigan solo le permitieron costearse un avión mucho más viejo, el Curtis-Robin, por 310 dólares. A pesar de sus mejoras, entre las que incluía tanques de combustible adicionales (que bloqueaban toda la visión periférica desde la cabina), el Ministerio de Aviación denegó su licencia para volar con ese avión, por considerarlo inseguro.

Continuamente, Corrigan realizó mejoras en su avión (al que apodó «Sunshine»), pero una y otra vez era rechazado. En 1937 llegaron a denegarle su renovación de licencia de vuelo, por considerarlo «demasiado inestable» para volar. Pero no se dio por vencido.

El vuelo que, de la noche a la mañana, le convirtió en una estrella

En verano de 1938, Corrigan volvía a estar a los mandos del Sunshine, con licencia para un viaje sin escalas desde Los Angeles a Nueva York. Tardó 27 horas, un récord por entonces, aunque su cabina se llenó de combustible debido a una fuga. El 17 de julio, el avión de Douglas despegaba del aeródromo Floyd Bennett Field de Nueva York. Sus órdenes eran regresar a Los Angeles. 28 horas después, aterrizó en Dublín.

Con unas provisiones que consistían en dos chocolatinas, unas barritas energéticas y un litro de agua, Douglas emprendió un vuelo sin ser consciente, según lo que contó a su vuelta, de que volaba sobre el océano, en la dirección opuesta a la que se suponía que debía ir, y no sobre el continente. Muchos expertos cuestionan eso ya que, cuando llevaba unas diez horas de vuelo, su cabina se empezó a llenar de gasolina debido a la fuga. De haber supuesto que volaba sobre tierra, lo más lógico en estos casos es descender en caso de tener que realizar un aterrizaje de emergencia. En su lugar, incrementó la potencia para maximizar el uso de la gasolina que le quedaba, con la esperanza de reducir el tiempo de vuelo. Era todo o nada.

 

Cuando los agentes de aduanas fueron a comprobar quién había aterrizado sin avisar en el aeropuerto irlandés, no dieron crédito cuando el piloto les preguntó que donde estaba. Allí, el americano les explicó que debía haber volado a Los Angeles, pero por equivocación había tomado la dirección contraria. Llevaron a Corrigan a la embajada estadounidense (al fin y al cabo, había llegado a Irlanda sin aduana ni pasaporte) y al día siguiente la noticia fue portada en todos los periódicos. Así se explicaba Corrigan ante los medios:

Durante toda su vida, Corrigan mantuvo que su vuelo fue provocado por una simple confusión. Su media sonrisa picarona sugiere todo lo contrario. Después de todo, ¿cómo alguien capaz de convertir un destartalado avión en uno capaz de cruzar el Atlántico, con sobrada experiencia como piloto y mecánico, iba a cometer semejante error? Sin embargo, sin ninguna forma de demostrar su «culpabilidad», y sobre todo, debido a  su inmensa popularidad mediática, su único castigo fue la suspensión de su licencia durante 14 días.

Cuando él y su avión regresaron en barco a Nueva York el 4 de agosto, fue recibido como un héroes por miles de personas. Se dice que su desfile por las calles de Manhattan fue más multitudinario que el de Lindbergh. Corrigan pasó los meses siguientes haciendo un tour por todo el país: todos querían un autógrafo de «Wrong Way Douglas», como fue apodado cariñosamente. En Atlanta, Douglas se sentó de espaldas en el coche del desfile. En Texas, le regalaron un reloj que iba marcha atrás. Todos querían ser parte de su grandioso error.

El propio presidente Roosevelt pasó por alto las innumerables leyes que su hazaña se había saltado para impulsar la imagen de Corrigan como el perfecto héroe americano: valiente, determinado y trabajador. Sin embargo, para mucha gente significaba más: Corrigan era un hombre corriente, sin el apoyo de inversores como Lindbergh, pero que fue capaz de repetir su hazaña valiéndose únicamente de su ingenio. Y lo más importante: su «equivocación» era un claro desafío, incluso una burla, a la autoridad. En tiempos de la Gran Depresión, y con la Guerra cerniéndose en Europa, aquella disparatada y épica anécdota era justo lo que la gente necesitaba.

De piloto a estrella de Hollywood

Apenas un año después, Corrigan publicó su autobiografía, That’s My Story («Esa es mi historia»), un título que hacía referencia a la excusa que puso a los agentes cuando aterrizó en Dublín. Ese mismo año, se interpretó a sí mismo la adaptación al cine de su viaje, The Flyingh Irishman, una producción de la vieja RKO por la que cobró un sueldo de 75.000 dólares, lo que equivale a 30 años de su salario de mecánico.

Tras servir como piloto de transporte militar durante la Segunda Guerra Mundial, Corrigan se retiró de la aviación en 1950. Se compró una plantación de naranjas donde vivió hasta su muerte, en 1995. Pasó el resto de su vida alejado de los medios, especialmente tras la muerte de su hijo en in accidente de avión en 1972. Pero en 1988, quincuagésimo aniversario de su vuelo, Corrigan volvió a reunirse con su avión, que tras haber sido desmontado fue reconstruido para la ocasión.

Según informó The New York Times, Corrigan estaba tan emocionado que consideraron atar la cola del avión a un coche de policía para evitar que Corrigan saliera volando con él. De haberle soltado, solo el cielo sabe a dónde habría volado.

PUBLICIDAD
Otros artículos de esta categoría...