El ciego que recorrió el mundo solo hace más de 200 años

Publicado 8 noviembre, 2016 por Alberto Díaz - Pinto
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Hoy, aunque nunca será fácil para ellos, las personas invidentes disfrutan de una vida mucho más llevadera que hace 200 años, cuando las personas ciegas eran vistas, a lo sumo, como seres que inspiraban piedad o caridad.

Sin embargo, un hombre rompió todos los esquemas y prejuicios de su época. A pesar de padecer ceguera completa y reumatismo agudo, viajó a lo largo de toda su vida la increíble distancia 280.000 km, casi la misma que nos separa de la Luna y más de lo que nadie había viajado hasta entonces. Su nombre era James Holman y esta es su historia:

Nacido en Exeter, Inglaterra, en 1786, James Holman gozó de una excelente salud durante su infancia. Ya desde entonces soñaba con recorrer el mundo y, por eso, a la temprana edad de 12 años se unió a la Marina Real Inglesa para zarpar hacia el Atlántico Norte. Sus labores a lo largo de 12 años le llevaron a conseguir, con mérito, el grado de Teniente.

Y perdió la visión…

En aquella época su labor consistía en patrullar las aguas del Nueva Inglaterra y Canadá, donde el frío y la humedad siempre eran una constante que fueron deteriorando su organismo poco a poco. El dolor de huesos que padecía llegó hasta tal punto que prácticamente se quedó inválido, por lo que en 1810 fue enviado de vuelta a su Inglaterra natal.

Mientras se recuperaba, la vista también empezó a fallarle. La causa no está clara, pero se cree que tuvo algo que ver con el reumatismo y el escorbuto. En unas cuantas semanas, se había quedado solo, casi completamente paralizado y ciego a los 25 años de edad.

James Holman "The Blind Traveller" --- Foto: Hulton-Deutsch Collection / Corbis / SCANPIX Kod 20795 ref HU062334 Beställd av Carina Carlsson på NE

Ser ciego hace 200 años

Desde el primer momento, Holman tuvo claro que no quería vivir como un ciego, pues en aquellos años nadie quería darles trabajo y lo único que se esperaba de ellos era la mendicidad y que utilizaran una venda en los ojos para no incomodar a nadie.

Así pues, y cuando sus piernas se lo permitieron, Holman no se acobardó y aprendió a transitar por la calles de Londres, guiándose por la punta metálica de su bastón, siempre engalanado con su impecable uniforme de Teniente de la Marina. Además, siempre se negó a usar venda en los ojos.

Gracias a los años de servicio desempeñados en la Marina Real, se le otorgó el puesto de caballero naval, un cargo honorífico para navegantes con alguna discapacidad, y quienes percibían una asignación económica anual y alojamiento en el Castillo de Windsor. Fue entre aquellos muros donde empezó la ardua tarea de aprender a afinar el resto de sus sentidos: oído, tacto y olfato.

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Allí decidió matricularse en la Facultad de Medicina de la Universidad de Edimburgo, con la intención de convertirse en un hombre mucho más culto y, aunque el braille aún no se había inventado, asistió a las clases como uno más. Cuando hubo terminado, su médico le aconsejó abandonar Escocia para trasladarse a un clima más cálido que aplacase su dolor de huesos.

Así pues, partió hasta Francia, desde donde siguió viajando hacia el sur completamente solo. En su cuaderno de viaje escribió:

«¡Heme aquí pues, en Francia, rodeado de un pueblo, para mí, extraño, invisible e incomprensible!«

Un viaje que lo cambiaría todo

No sabía nada de francés, pero eso no le preocupaba. La aventura que había decidido emprender le daban la energía que necesitaba para seguir adelante en su periplo. Estaba lleno de vida y su salud mejoró notablemente. Recorrió Francia durante un año haciendo pausas en París, Toulouse y Montpellier.

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Holman se convirtió en un experto viajante, que se guiaba únicamente por el sonido de su bastón, así como todo lo que le otorgaban el resto de sus sentidos. Además, siempre conservó su don de gentes, pues era un tipo encantador, especialmente con las damas, quienes confiaban en él rápidamente.

La gente constantemente le preguntaba cómo un ciego podía disfrutar tanto del turismo. Él les constataba que su ceguera intensificaba los placeres de viajar.

Después de un año de permiso, Holman debía volver al Castillo de Windsor, puesto que aunque los caballeros navales gozaban de privilegios, también tenían obligaciones que cumplir: rezar dos veces al día por su monarca en la capilla del castillo era una de ellas. Pero Holman no quería vivir encerrado, necesitaba ir más y más lejos así que, en lugar de regresar, decidió avanzar hasta Italia.

Allí, nuestro aventurero visitó las calles de la ciudad eterna y el Vaticano, para después subir hasta la cima del Vesubio, cuando este todavía estaba peligrosamente activo, convirtiéndose en el primer invidente en alcanzar la cima del famoso volcán.

En Nápoles tuvo la suerte de encontrarse con un viejo amigo de la Marina Real que se había quedado sordo años atrás, justo cuando compartía oficio con Holman. Así pues, ambos decidieron partir juntos a través de Suiza, Alemania y los Países Bajos.

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En Amsterdam ambos amigos decidieron seguir su propio camino. Allí, Holman cogió un barco de retorno hasta Gran Bretaña y, aunque le habían expulsado del Castillo de Windsor por un año tras agotar el tiempo de permiso, solo estuvo en su país el tiempo suficiente para dictar un libro sobre las aventuras vividas por Europa. Pero este viaje solo le sirvió como calentamiento, ya que se había dispuesto lograr una aventura aún más grande: dar la vuelta alrededor del mundo.

La vuelta al mundo

En 1820, dar la vuelta al mundo era algo impensable por varios motivos. Primero, aventurarse en el mar siempre había sido muy peligroso; segundo, conseguir un barco con tripulación propia era demasiado caro y, tercero, en aquellos años ese viaje podría durar media vida.

Sin embargo, James Holman tenía un plan: viajaría por tierra y en transporte público siempre que le fuera posible, reduciendo así las travesías marítimas, dormiría en hostales y se alimentaría en mercados y plazas. En lugar de ir hacia el Nuevo Mundo, Holman cruzaría las tierras del imperio ruso y Siberia, hasta el estrecho de Bering, por donde llegaría hasta el continente americano.

Nuestro aventurero pronto llegó en barco hasta San Petersburgo, desde donde tomó un trineo público que le llevaría hasta Moscú. Allí compró provisiones, un viejo carro y contrató los servicios de un conductor que le ayudaría a cruzar la vasta Siberia.

Aquel viaje fue horrible. Las temperaturas bajo cero y la escasez de provisiones, entre otros molestos inconvenientes, convirtieron aquellos tres meses en un auténtico infierno. Tras recorrer 3.500 km, Holman y su guía llegaron a Irkutsk, la capital de Siberia Oriental. Sin embargo, la celebración no duraría mucho, pues nuestro protagonista fue detenido repentinamente bajo sospecha de espionaje y fue llevado de vuelta a Moscú, desde donde le acompañaron hasta la frontera con Polonia.

Le habían obligado a salir de Rusia, así que Holman emprendió de nuevo el viaje a casa, tras dos años y un día de viaje. Su vuelta al mundo había fracasado, pero en Inglaterra le esperaba el éxito cosechado por las ventas de su libro, el cual le había catapultado hacia la fama. La gente empezó a conocerle como «el viajero ciego».

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Más dificil todavía

El éxito cosechado le animó a escribir un nuevo libro sobre su aventura por Siberia. Además, ahora disponía de todos los medios que necesitaba para emprender un nuevo viaje y recorrer el mundo navegando.

Holman se unió a la tripulación de un barco británico hacia África Occidental, que en aquella época era más conocida como «la tumba del hombre blanco», con intención de establecer un asentamiento en la Isla de Fernando Poo.

A diferencia del resto del continente, los ingleses pensaron que la isla estaría libre de malaria y que a su llegada estarían en el paraíso. Sin embargo, se podría decir que llegaron al mismísimo infierno.

La malaria mató a 123 miembros de la expedición, de los 135 que partieron desde Inglaterra. Afortunadamente para Holman, la salud en esta ocasión estaba de su lado y sobrevivió a aquella masacre.

Más de un año después, Holman logró zarpar en un barco holandés con destino a Brasil. A partir de allí comenzó una serie de viajes por mar que por fin realizaron su sueño de dar la vuelta alrededor del mundo. Primero fueron Sudáfrica, Zanzíbar y Mauricio. Luego siguieron hasta Ceilán -actual Sri Lanka-, Calcuta y Cantón -ahora Guangzhou-. Desde China se dirigió a Australia y luego, a través del Pacífico y rodeando el Cabo de Hornos en la punta austral de América del Sur, regresó a Brasil. Desde allí volvería a casa después de 5 años viajando por todo el mundo.

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Holman vivió toda clase de aventuras que le animaban a seguir adelante con su propósito, pero no todo fue un camino de rosas. En una ocasión fue atacado por un enjambre de avispas, arrastrado por un caballo e incluso su reumatismo le dejó paralizado en varias ocasiones.

A su regreso en 1832, se puso a trabajar inmediatamente en su tercer libro, llamado Un viaje alrededor del mundo, incluyendo África, Asia, Australasia, América, desde 1827 hasta 1832. Sin embargo, su fama se había desvanecido y Holman había pasado de ser visto como un aventurero a un charlatán.

El último viaje y fin de sus días

Ocho años después, en 1840, un Holman de 54 años emprendió solo, como había hecho siempre, y con un presupuesto mínimo el último de sus grandes viajes. En esta ocasión visitaría los países del Mediterráneo y Oriente Próximo.

Holman estuvo en España, Portugal, Grecia, Turquía, Siria y Jerusalén. Pasó a través de Libia, Túnez y Egipto. Subió a los Balcanes y cruzó Bosnia, Montenegro y Hungría. Este viaje fue increíblemente largo, pues le llevó 6 largos años.  

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A su regreso, ya nadie se acordaba de Holman a pesar de que, según calculó su biógrafo, había recorrido una distancia de 250.000 kilómetros en total, una distancia equivalente a la que hay de la Tierra a la Luna. Y lo había hecho solo, ciego, con reuma, sin hablar las lenguas nativas de los países que había visitado y con sus precarios ahorros.

James Holman vivió sus últimos años en Londres, en la pobreza más absoluta, y murió el 28 de julio de 1857, a los 70 años. 

Vía: sentadofrentealmundo
Imágenes: sentadofrentealmundo

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