Los enfermizos maratones de baile de los años 30 de los que no habías oído hablar

Publicado 15 septiembre, 2017 por admin
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¿Te gusta bailar? ¿Tanto que podrías pasar el día completo moviendo el esqueleto en la pista de baile? Si es así, tal vez deberías haber nacido a principios del siglo XX, para poder haber participado en los grandes maratones de baile de la humanidad. 

Bailar hasta caer rendido

MARATÓN DE BAILE © DOMINIO PÚBLICO / NOTICIAS DOG MEDIA

El primer maratón de baile moderno se celebró en 1923 con escasa participación. Alma Cummings bailó durante 27 horas seguidas, superando a otros seis participantes. 

Bailar por parejas en público apenas comenzaba a estar bien visto y estos «concursillos» no generaban casi interés. Sin embargo, el crack del 29 hizo tambalear el mercado estadounidense y la cosa cambió.

 

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La Gran Depresión dejó a más del 25 % de la población sin trabajo y desesperada por encontrar una oportunidad con la que ganar algo de dinero. La participación en concursos, sorteos y juegos de azar se disparó y el baile se convirtió en una forma divertida de huir de los problemas cotidianos y optar a ganar un premio.

LIBRARY OF CONGRESS

Pronto la televisión tomó las riendas de la situación, convirtiéndolo en todo un espectáculo. Al dinero, se unió la promesa de la fama y el glamour. Aficionados y bailarines profesionales inundaron las pistas de baile con sus frenéticas coreografías y trucos de baile.

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En estas maratonianas sesiones de baile no bastaba con danzar, también había que ingeniárselas para vencer el cansancio e incluso echar una cabezadita y reponer fuerzas. 

El ánimo iba desapareciendo con las horas, días, semanas y meses de concurso hasta parecer una reunión de zombies, razón por la que comenzaron también a ser conocidos popularmente como «Walkathon», maratón de caminantes.

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Los maratones se convirtieron en un gran negocio. Los premios rara vez superaban los 500$ (una buena cantidad para la época pero tampoco tanto) y participantes debían pagar 25 centavos por inscribirse. 

Este precio cubría varias comidas al día (hasta 12) para los participantes y un techo sobre sus cabezas, todo un lujo en los tiempos de la gran depresión, y de ahí, su éxito. 

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El negocio estaba en el consumo de comida y bebidas por parte de los participantes y el público, ya que estos maratones podían alargarse durante semanas, incluso meses. ¡Hasta 1473 horas estuvo esta pareja bailando! 

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Aunque existían descansos de 15 minutos de vez en cuando, las parejas dormían en brazos de su compañero, por turnos. No era raro verlas también leyendo, haciendo punto o incluso afeitándose. 

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Pero la falta de sueño y el cansancio prolongado pasaban una importante factura, no solo física, también mental. El maratón más largo duró 6 meses, así que imagínate. 

Colapsos, problemas de cadera, magulladuras, juanetes, caídas… y hasta depresión. De hecho, la ciudad de Seattle decidió prohibir los maratones después de que una concursante, que llevaba 19 días seguidos bailando, tratase de suicidarse tras ser descalificada y quedar en quinto lugar. 

CHICAGO, 1930 © LIBRARY OF CONGRESS

Hubo también mucha picardía en estos concursos, no tanto por parte de los participantes sino de la organización. Se dice que ciertos empresarios organizaban maratones de baile en ciudades medianas y sin explotar, cobraban la inscripción, arrancaban el concurso y desaparecían sin dejar rastro ni entregar el premio.

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Los concursantes solían dormir por la mañana, animando su baile por la tarde-noche cuando llegaba el público. 

La afluencia de gente solía crecer también conforme el maratón se dilataba en el tiempo, introduciendo nuevas pruebas que aseguraban la eliminación de los participantes. 

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Ninguna pareja era leal al 100%, incluso había un periodo de gracia para encontrar otro acompañante entre los concursantes recién eliminados en caso de que tu pareja desfalleciese.

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Una de las pruebas eliminatorias más duras era la siesta, ya que era una bendición traicionera. Y es que, tras varios días bailando, los participantes caían agotados y luego eran incapaces de despertarse. 

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Otro incentivo importante para los jugadores eran los patrocinadores privados. Empresas que, atraídas por su belleza, estilo o fuerza en la pista, decidían pagarles por portar sus emblemas y camisetas. 

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Visto hoy parece una locura, pero no más que los concursos de comida que se practican en la actualidad, ¿no crees? 

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