Los 5 asesinos más letales del s. XIX (y no, no fueron personas)

Publicado 9 junio, 2017 por Alberto Díaz - Pinto
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A pesar de la intensa industrialización y los grandes avances que marcaron nuestra sociedad en el s. XIX, aún era demasiado pronto para conocer algunas pesquisas sobre ciertos productos que terminaron matando a miles de personas.

Puede que os hubiese gustado vivir en la época victoriana, cuando las sociedades comenzaban a despegar gracias a los avances técnicos, pero también debéis tener en cuenta que las cosas no siempre salían como se esperaba.

En aquellos años podías morir de la forma más inesperada y, si nos remitimos a la prensa de la época, gran parte de la culpa la ostentaban los malos avances técnicos y las deficientes mejoras en la calidad de vida. Prueba de ello son estos 5 productos que, por desconocimiento, pusieron fin a la vida de miles de personas. 

El color verde de moda que mató a miles de familias inglesas durante el siglo XIX

La ropa de aquella época era aburrida y de colores pardos. No era por placer, sino por lo caro y laborioso que resultaba conseguir los tintes.

Hasta la última mitad del siglo XIX, todos los tintes, a excepción de algunos colores minerales, eran de origen vegetal o animal. La materia colorante se extraía de raíces, tallos, hojas y flores de distintas plantas y de ciertos insectos o moluscos por medio de una compleja serie de procesos.

Sin embargo, desde que William Perkins inventara accidentalmente el primer tinte sintético, la revolución del color lo invadió todo. Primero fue el púrpura, los azules y posteriormente los carmines. Y casi al finales del siglo XIX, llegó el color verde de Scheele.

La sociedad londinense victoriana enloqueció por el color verde, tiñendo de este color no solo sus ropas, sino las paredes de sus casas. Por desgracia este tinte estaba compuesto fundamentalmente por arsénico, un potente veneno como así se advertía en los botes de tinte y pintura.

La gente pensó que el veneno no sería peligroso mientras no fuera ingerido, pero lo cierto es que la humedad del ambiente extraía el arsénico del tinte haciéndolo pasar a estado gaseoso, por lo que familias enteras morían asfixiadas.

Los juguetes infantiles que envenenaron a miles de niños

Aunque no existía tanta variedad como la que encontramos hoy, ni tantos controles de calidad que garanticen la seguridad de nuestros pequeños, los juguetes del s. XIX solían esmaltarse con colores vivos que llamaban mucho la atención. 

Pero lo que no sabían los fabricantes eran los efectos nocivos de estos esmaltes, debido a la alta densidad de plomo. 

Los niños, como niños que son, se llevaban los juguetes a la boca y terminaban por ingerir estos esmaltes. Esto podía provocarles ataques al sistema nervioso por envenenamiento y, por ende, serias secuelas e incluso la muerte.

Los apretados corsés que dañaban los órganos internos de las damas del s. XIX

La fuerte presión sobre que ejercían los corsés en el tronco de las mujeres de la época terminaba afectando a sus órganos internos. Pulmones, hígado e incluso podían llegar a desplazar el útero. De hecho, algunas mujeres los utilizaban durante el embarazo, poniendo en serio riesgo la integridad y la vida del feto. 

La escasa seguridad en los sistemas de luz y calefacción de la época

La introducción del gas en los hogares del siglo XIX, así como las primeras instalaciones eléctricas, no comenzó de forma muy segura que digamos. El uso de estos avances era extremadamente peligroso, puesto que los sistemas carecían de llaves de paso y otras medidas de seguridad. De hecho, existen numerosas noticias en los periódicos de la época que narran historias de fuertes explosiones durante la noche.

Los biberones como incubadoras de gérmenes y bacterias

Sin duda uno de los peores asesinos encubierto de la época fueron los primeros biberones. 

Básicamente, estos consistían en una botella de vidrio de la que salía un tubo de goma con una tetina, pero increíblemente difíciles de limpiar y esterilizar como es debido.

Tanto la botella, como el tubo de goma porosa y la tetina, fueron la incubadora perfecta para todo tipo de bacterias que accedían directamente a los cuerpos de los niños.

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