Los sórdidos y siniestros pasatiempos dominicales de la Europa del s. XIX

Publicado 13 enero, 2017 por Alberto Díaz - Pinto
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Domingo, día del excelentísimo y merecido descanso. Una jornada que solemos dedicar al ocio, a pasear, disfrutar de un buen libro, ver por fin esa película atrasada, visitar a la familia o sencillamente a no hacer nada.

Estos pasatiempos no nos diferencian demasiado de los de la sociedad del s. XIX, si no fuera porque ellos tenían una oferta de espectáculos que hoy categorizaríamos de inhumanos, grotescos y espeluznantes. 

Además de los teatros, la ópera o los largos paseos por los bulevares en compañía de la familia, algunas capitales europeas ofrecían actividades «lúdicas» tales como: 

El zoológico humano del parque de El Retiro, Madrid

El parque de El Retiro es uno de los lugares emblemáticos de la ciudad de Madrid, actualmente y en el s. XIX. Recorrer sus arbolados paseos, perderse por sus encantadores rincones para alejarse del caos y el bullicio de la ciudad, tumbarse a leer bajo la sobra de un árbol o visitar lugares tan emblemáticos como la estatua del Ángel Caído o el Palacio de Cristal, son solo algunas de las atractivas propuestas que nos sigue ofreciendo hoy día uno de los pulmones de la capital.

No obstante, en mayo del año 1887 y junto a la Casa de las Fieras, el parque se convirtió en anfitrión de un zoológico humano. Madrid recibiría a 43 indígenas filipinos, incluyendo «algunos igorrotes, un negrito, varios tagalos, los chamorros, los carolinos, los moros de Joló y un grupo de bisayas» que se anunciaban a bombo y platillo despertando la curiosidad de todos los que se acercaban al emblemático parque.

Según apunta zonaretiro, estas personas fueron tratadas en España mejor que en el resto de Europa, e incluso fueron recibidas en el Palacio Real por la infanta Isabel y la regente Maria Cristina, antes de volver a sus degradantes jaulas.

Los zoológicos humanos fueron una de las terribles consecuencias de la expansión colonialista imperante en aquella época, una práctica impulsada en toda Europa por el alemán Carl Hagenbeck.

Las visitas a la morgue en el París del s. XIX

Los zoológicos humanos también estuvieron presentes en París, aunque entre la burguesía de aquella época se había extendido otro pasatiempo la mar de grotesco: la visita a la morgue.

Así pues, turistas y parisinos no solo acudían a visitar monumentos tan emblemáticos como la Torre Eiffel o el Arco del Triunfo, sino que en aquellos años la morgue acogía a todos aquellos que decidían acercarse hasta ella para satisfacer su morbosa curiosidad, registrándose hasta por decenas de miles las visitas en una sola jornada.

Los cuerpos, conservados con continuas corrientes de agua y más tarde por equipos de refrigeración, eran expuestos como en un escaparate; un cristal separaba a los visitantes de la «atracción».

Aunque la exhibición pública de los cuerpos en París respondía a un propósito administrativo, la identificación y el reconocimiento de las víctimas, la visita a la morgue era motivada sobre todo por el morbo y la curiosidad de ver la muerte en primera persona, así como ver un cuerpo desnudo o semidesnudo.

Al final, tras una dura campaña en su contra, la morgue de París cerró sus puertas al público en marzo de 1907.

El londinense Hospital Real de Bethlem, un espectáculo demencial

Bethlem ha formado parte de la ciudad de Londres desde 1246, cuando se erigía como un convento para las hermanas y hermanos de la Orden de la Estrella de Bethlehem, aunque no fue hasta 1337 que se convirtió en hospital que comenzó a recibir enfermos mentales. 

Sin embargo, la fama de este hospital no proviene por su antigüedad o por ser un pionero en acoger personas con trastornos mentales, sino más bien por el trato inhumano que se les daba a sus residentes, muy documentado a lo largo de los siglos.

Por si esto fuera poco, durante el siglo XVIII y parte del XIX la gente solía ir a Bedlam para entretenerse con sus «pacientes», es decir, el hospital se había convertido en una atracción turística en toda regla. 

Por un penique, el público podía mirar dentro de las celdas para ver el espectáculo que llamaban «El show de Bethlehem» y reírse de lo que hacían. Si no cumplían con las expectativas del visitante, este podía propinarle palos para animar el espectáculo, así como darles alcohol para ver cómo actuaban bajo sus efectos. 

El primer martes de cada mes la entrada era libre y su éxito era tal que, para que os hagáis una ligera idea, solo en 1814 se registraron más de 96.000 visitas, afianzándose como uno de los pasatiempos favoritos de los londinenses de la época.


 

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