Para muchos, Japón es un mundo de ensueño, un lugar con una tradición milenaria tan diferente de todo lo que estamos habituados que el simple hecho de estar y pernoctar allí puede ser toda una experiencia completamente nueva.
Antes incluso de salir a descubrir su inigualable patrimonio artístico y cultural o su cautivador exotismo natural, podemos empaparnos de la tradición y costumbres del país si decidimos realizar nuestra estancia en un Ryokan, es decir, un alojamiento tradicional japonés. Desde la decoración, el aseo, la comida o el servicio, todo influye para hacer de esta una experiencia que nada tiene que ver con alojarse en un hotel.
Asian Wanderlust
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Un poco de historia
Antes de decidir si quieres alojarte en un ryokan debes conocer su origen, que se remonta al siglo VII d.C., en el llamado Período Nara. Por entonces, muchos viajeros recorrían enormes distancias a lo largo de todo el país, lo que motivó a la construcción de unos hospedajes a lo largo de los caminos más transitados. Con el tiempo, estos lugares de alojamiento, que incluían mínimas prestaciones, fueron estandarizándose hasta convertirse en lo que son hoy: lugares de descanso para turistas, pero también para residentes locales que quieran escapar del ruido y ajetreo de las grandes ciudades.
Costumbres y etiquetas en el ryokan: la búsqueda de la paz
Lo primero que sorprenderá a los visitantes que decidan alojarse en un ryokan es el minimalismo de las habitaciones, compuesto únicamente por un mullido futón sobre el que dormir a ras de suelo y una mesa baja, sobre la que probablemente tus nakai (huéspedes) hayan dejado unos wagashi (dulces de pasta de arroz y frutas) y un poco de té. No busques televisión ni mini-bar, porque no los encontrarás: las habitaciones son lugares de descanso, cuya ausencia de mobiliario y ornamentación ayuda a eliminar de la cabeza distracciones y obstáculos que rompan la armonía.
Por supuesto, alojarse en un ryokan significa cumplir una serie de reglas de etiqueta, que no son sino las costumbres más comunes del país. Romperlas, aunque solo sea por desconocimiento, sería considerado de mala educación, más aún en un lugar que preserva, con la mínima intromisión tecnológica posible, la tradición japonesa. Esto significa que hay que descalzarse al entrar.
Algunos ryokan permiten el uso de zapatos en el área de check-in, pero siempre es preferible quitárselos en todo momento. Allí te ofrecerán unas zapatillas con las que transitar por las zonas comunes, pero que deberás dejar fuera al entrar en tu habitación, donde debes ir descalzo (o con calcetines). Dentro de tu habitación encontrarás la yukata, una vestimenta de algodón tradicional que deberás vestir siempre que transites por las zonas comunes del ryokan.
Experiencias en el ryokan
Una estancia en el ryokan nunca estaría completa sin pasar por las termas naturales (onsen). Estos baños de agua caliente estimularán todo tu cuerpo y te sumirán en un estado de relajación profunda… siempre y cuando dejes los escrúpulos en la puerta, porque no está permitido ningún tipo de traje de baño, y muchos son mixtos.
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Aunque algunos ryokan incluyen onsen privados dentro de las habitaciones, lo más habitual es que sean baños comunes. Eso sí, no están pensados para el aseo, sino la relajación: antes de entrar, deberás ducharte.
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Para terminar la velada, nada como una buena comida. Todos los ryokan ofrecerán el kaiseki, una comida tradicional que consiste en varios platos, generalmente a base de ingredientes frescos de la zona y la temporada. Recuerda ir puntual a la hora de la comida, y al menos probar todos los platos, pues es considerado de mala educación dejar comida en la mesa.
En definitiva, si planeas una visita a Japón, pocas experiencias más auténticas puedes encontrar que hospedarte un ryokan. Puedes visitar el país, conocer su historia y mezclarte entre sus gentes… pero esto es distinto.
Es vivir la historia del país en tus propias carnes, abrazar las costumbres y tradiciones del país. Como unos de esos viajeros que, tras pasar todo el día recorriendo el país, encuentra cobijo en unos de estos «albergues», donde dejar atrás todos los pensamientos y simplemente relajarse. Hundirse en sus baños termales, pasear por sus jardines, degustar deliciosos platos típicos y respirar en sus espaciosas habitaciones.
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