La mujer que dejó de limpiar la casa durante 20 años gracias a un invento que ella misma desarrolló

Publicado 28 mayo, 2020 por Alberto Díaz - Pinto
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Imaginad una casa que se limpiara solo con pulsar un botón. ¿Quién, en su sano juicio, no querría algo así? Bien pues, Frances Gabe, una mujer inventiva cansada de las tareas domésticas, se dispuso a diseñar y construir tal casa hasta que logró su sueño.

Hace más de medio siglo, enfurecida por las tediosas tareas de limpieza de su casa, la señora Gabe comenzó a soñar con una casa que cuidara su propia higiene, es decir, que se lavara, enjuagara y se secase con solo pulsar un botón.

Y así, con su propio dinero y sus propias manos, construyó tal casa, recibiendo la patente de los Estados Unidos número 4.428.085 en 1984. Sin embargo, parece ser que la señora Gabe tenía un carácter difícil, que hizo que la patente nunca fuera, ni renovada ni compartida.

La casa autolimpiable

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La casa de la Sra. Gabe, un bloque de cemento de aproximadamente 90 metros cuadrados, se completó en la década de 1980, a un costo de 15.000 dólares, después de más de 10 años de trabajo y décadas de planificación. En 2004, el diario The Weekend Australian describió la obra de Gabe como un lavaplatos gigantesco. Y razón no le faltaba.

En cada habitación, la Sra. Gabe, siempre tenía a mano un paraguas. Y es que con solo activar un botón, se iniciaba un ciclo de lavado que lo ponía todo perdido, como si estuviésemos dentro de un lavadero de coches. De los aspersores del techo, primero salía una neblina de agua jabonosa. Posteriormente, en una segunda pulverización, se enjuagaba todo y, para rematar, unos chorros de aire caliente secaban todo. Todo el ciclo le llevaba menos de una hora.

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En el suelo, la señora Gabe había instalado unos desagües debidamente inclinados que se llevaban todo el jabón, agua y suciedad. Ese agua era canalizada fuera, a la caseta del perro, donde este, de paso también era lavado por la patilla.

La excéntrica casa, cuya patente consistía en 68 inventos individuales, también incluía un armario en el que los platos sucios, colocados en estantes de malla, se lavaban y se secaban in situ.

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Para la ropa, Gabe diseñó un armario herméticamente cerrado. La ropa sucia se colocaba en perchas, se lavaba y se secaba con chorros de agua y aire, para luego colgarla directamente nuevamente en el armario. El lavabo, el inodoro y la bañera también se autolimpiaban.

Pero, ¿cómo era esto posible?

Naturalmente, ninguna casa convencional, con sus cortinas, tapicería y muebles de madera, podría soportar el diluvio limpiador de la Sra. Gabe. Pero ella ya se había anticipado a eso.

Sus suelos estaban recubiertos con múltiples capas de barniz marino; los muebles estaban revestidos de resina acrílica transparente; la ropa de cama se mantenía seca por medio de un toldo que cubría la cama antes de que comenzara la función. Ah, y cómo no, la tapicería estaba hecha de una tela impermeable.

Por otro lado, los cuadros estaban recubiertas con plástico y los adornos exhibidos detrás de un vidrio protector. ¡Hasta los libros tenían su propio chubasquero! Claro está, inventados también por la Sra. Gabe. Por suerte, los enchufes y aparatos eléctricos estaban cubiertos.

Una mujer excéntrica, pero adelantada a su tiempo

«Puedes hablar todo lo que quieras sobre la liberación de las mujeres, pero las casas todavía están diseñadas para que las mujeres tengan que pasar la mitad de su tiempo de rodillas o metiendo la cabeza en un agujero«, comentó la señora Gabe en 1981.

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Tras divorciarse de su marido en los 70, empezó a forjarse en su cabeza la idea de una casa que se limpiara sola. Sin embargo, la chispa no se encendió hasta que un día vio cómo sus hijos pequeños utilizaban la mermelada de higos para pintar en las paredes.

Fue entonces cuando, en una empresa exasperada, agarró la manguera del jardín y limpió a chorrazos la mermelada de la pared. En ese preciso instante lo vio claro.

La señora Gabe movió cielo y tierra para llevar su sueño a cabo. Aunque al principio soñaba con aldeas enteras inundadas de casas y negocios autolimpiables, mantener una patente requiere dinero. Por tanto, la patente terminó caducando y nunca fue renovada.

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Tampoco ayudó que sus esfuerzos recibieron pocos apoyos por parte de su comunidad. «Una vez me encontré un grupo de amas de casa furiosas en mi puerta, diciéndome que las estaba dejando sin trabajo y que si no tuvieran que limpiar sus casas, sus esposos ya no las necesitarían«, relató en una entrevista.

La casa en la actualidad

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La señora Gabe falleció hace algunos años, a la edad de 101. La propiedad fue adquirida entonces por un nuevo dueño, quien estará obligado a limpiar la casa él mismo, pues el sistema es tan viejo que hubiera necesitado una reforma de la señora Gabe para ponerlo a punto.

Así pues, nacida de los higos y la furia, la casa autolimpiante ahora existe en la memoria de quienes la conocieron en persona y, ahora, en la de nuestros queridos lectores.

Fuentes: gregbenson, NY Times, Youtube / milt ritter

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