Todas y cada una de las personas en el mundo tiene una anécdota para contar. Algunas son graciosas, otras causan sorpresa y otras más conmueven hasta la fibra más profunda del alma. Las historias de la mayoría de los migrantes suelen ser impactantes y resuenan en nuestro corazón. Pueden hablar de superación pero también tocan el tema del sufrimient0 y el rechazo. La vida de un migrante es difícil.
Los migrantes son personas como tú y como yo que solo están buscando mejores oportunidades de vida. Por eso, deben dejar su país de origen y todo lo que conocen y aman para tratar de sobrevivir en un lugar desconocido.
De acuerdo con datos de la ONU, en España viven poco más de 5 millones de inmigrantes, la mayoría de ellos son de origen marroquí. Esto quiere decir que cerca del 12% de la población española está conformada por extranjeros. Lamentablemente, los prejuicios y malos tratos hacia ellos son constantes, lo que pone en evidencia el pensamiento de la sociedad.
Esto sucedió en Cartagena, Espana, en diciembre de 2021. María comienza su hilo de la siguiente manera:
«Ayer estuve de guardia. Un aviso nos comunicaba que había un chico tirado en la acera, inconsciente. Ambulancia y nos dirigimos a la dirección que nos indicaron. Habían dos policías y un chico sentado en la acera.»
Según relata María, se trataba de un menor de edad desorientado y solo en medio de la calle. Cuando ella y el equipo médico llegaron a la ubicación, el joven ya se había recuperado y estaba consciente. De acuerdo con los datos de la policía, no presentaba signos de haber consumido bebidas alc0hól1cas o de otro tipo.
El chico, a quien María nombra como Mohamed para proteger su identidad, estaba llorando y no sabía lo que había pasado. Era un extranjero sin acompañantes por lo que tuvieron que llevarlo en ambulancia hasta el hospital.
«Tenía 19 años y había llegado en patera con 11. Estuvo en un centro de menores hasta los 18. Llevaba un año fuera. Hablaba correctamente el castellano. Su tristeza y su llanto eran interminables cuando me contó que llevaba 8 años sin ver a sus padres.» escribió María.
Una vez en el centro de salud, le hicieron un chequeo de rutina, pero el chico estaba muy asustado y no quería hablar con el personal médico. María y sus compañeras sabían que algo malo pasaba pero simplemente Mohamed no habló. Se acercó a la puerta mientras la médica redactaba un informe y la enfermera salió detrás de él.
Le comentó a María que tenía 8 años sin ver a sus padres y había llegado a España a los 11, cuando apenas era un niño. También le contó, entre llanto, que su vida no tenía sentido y que ya no podía más.
«Se me abrazó desesperado y sentí su miedo, su angustia, su desesperanza. Son personas de carne y hueso que sienten como cualquiera de nosotros. Si nos autodenominados humanos, comportamonos como tal.» relató la enfermera.
Al escuchar sus palabras, María comenzó a llorar también. Le preguntó dónde vivía y Mohamed respondía que en una pequeña habitación y que trabajaba. Sin embargo, su jefe había amenazado con despedirlo y él no sabía qué hacer. La enfermera intentó consolarlo y le dijo que sí tenía algo por lo que vivir. Que su propósito sería trabajar mucho y de manera digna para volver a ver a sus padres.
También le dijo que no debía sentirse mal por su condición de migrante y que en realidad debería estar muy orgulloso. Le pidió que caminara con la cabeza en alto porque era un chico muy valiente y merecía admiración y respeto. Mohamed agradeció mucho las palabras de María y cuando llegaron sus amigos, el chico se marchó.
«No son ningunos delincuente5 ni vi0ladore5, ni ladr0ne5, ni maleante5. Son personas como tú y como yo que intentan tener las mismas oportunidades que tenemos nosotros/ as.» concluyó María.