A la hora de ser padres surgen muchos miedos y dudas, sobre todo cuando los hijos van creciendo y comienzan los primeros desencuentros: cómo poner unos límites justos sin parecer unos tiranos, cómo hacer que comprendan las normas y que han de obedecerlas sin que las interpreten como una amenaza a su libertad, cómo respetar su crecimiento individual mientras le protejo de posibles peligros…
Una de las mayores dificultades a las que se enfrentan madres y padres es la agresividad y desobediencia de sus hijos. Es importante aprender a lidiar con estas conductas, pues a la larga pueden conllevar problemas escolares, con otros niños y figuras de autoridad y, en general, problemas de adaptación.
Con agresividad nos referimos a actos intencionales de dañar a otro y suelen surgir a partir del año de edad. Cuando los niños nacen, tienen impulsos tanto de amor como de agresión que poco a poco y en función de la información que reciba de su entorno, va aprendiendo a diferenciarlos y utilizarlos. Por eso es tan importante el papel de los padres en el desarrollo de los niños: de ellos depende que se sientan seguros al explorar el mundo y además, son su ejemplo a seguir en cuanto a comportamiento y disciplina.
También depende de los padres facilitarle al niño herramientas para autocontrolarse, pues un niño que no sabe regular su conducta ni reaccionar ante lo que le rodea, tenderá a usar la violencia para afrontar las dificultades. Por supuesto, existen casos en los que la conducta es fruto de alteraciones hormonales, cerebrales, malnutrición, problemas en el parto, trastornos mentales…
Los niños aprenden a hablar por imitación y pueden resultarnos muy graciosas algunas palabras saliendo de ellos o cuando las dicen en contextos equivocados porque realmente no saben lo que significan algunas palabras. Pero, ¿qué hacemos cuando dicen su primera palabrota?
Primero debemos evitar decir palabras que no queremos que repitan delante de ellos, pues si decimos una palabrota cuando nos enfadamos, es probable que nuestros hijos al enfadarse repitan lo que han escuchado que se dice en esas situaciones. Aun así, puede que las escuche en la televisión, de otros niños, a otro adulto… Por eso cuando diga su primera palabra malsonante es importante evitar tanto reírle la gracia como regañarle de manera desmesurada. Ambas reacciones reforzarán que se repita la conducta cuando quiera llamar nuestra atención.
Podemos optar tanto por ignorarle, cuando sea una palabrota de poca importancia, como por explicarle que eso no se debe decir, cuando sea algo más grave, y también es fundamental ofrecerle alternativas sanas para expresar sus sentimientos. Con niños mayores que ya utilizan ese vocabulario de manera intencionada, debemos desaprobar firmemente ese comportamiento y dejar claras las normas de convivencia.
De manera general, es importante que los padres sepan reconocer y gestionar sus propias emociones para así poder ser un buen ejemplo para sus hijos. Nuestra sociedad no nos ha permitido crecer en el conocimiento de nuestros sentimientos y en la empatía con los demás. Por eso, no dudéis en acudir a un profesional que os pueda orientar y ayudar, antes de tener hijos y durante su desarrollo.